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Un español en Alemania

Poniendo rostro a la emigración
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Poniendo rostro a la emigración

Por Jose Mateos Mariscal

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Emigrar significa tener hambre de cambio, de triunfo, de nuevas experiencias. No es para nada fácil dejar el país natal y mucho menos si es debido a las crisis sociales, políticas y/o económicas en sus países.

Pero el sentimiento que produce emigrar es difícil, hay cosas que pesan más que la estabilidad económica. Uno se tiene que imaginar en el lugar donde se va a instalar y tener en cuenta que eso implica extrañar. Extrañar a los amigos, la mesa larga de los domingos, los cocidos madrileños de la abuela, el asado, el fútbol, el vino tinto y un territorio del que te sientes parte. Uno tiene que animarse a dejar en el pasado para construir su propia nueva historia.

Un español en Alemania escribe y escribe historias de migrantes españoles en el país germano. Yo, José Mateos Mariscal, escribo con la finalidad de concienciar al mundo de lo duro que es emigrar, pensar, hablar, escribir en otro idioma e imposible de aprender, trato de transmitir el esfuerzo de los migrantes españoles en Alemania, que para que reine esta maravillosa armonía de la emigración, es necesario acoger y educar a las personas en la tolerancia y en la igualdad de derechos, para que se eliminen las desigualdades y las discriminaciones, el racismo y la xenofobia, presente en muchos países de la Unión Europea.

Nuestra historia, la historia de la familia Mateos - Hernández en Alemania, sin saberlo, también cabía dentro de una cifra, porque la vulnerabilidad de los migrantes es elástica, multiforme y, aunque se manifiesta en distintas proporciones según el país de procedencia, la melanina en la piel, la etnia, el género, la cualificación y otras papeletas del infortunio son elementos transversales, salvo ciertas excepciones, para quienes venimos de fuera a Alemania.

El problema con esa vulnerabilidad estructural es que tritura el potencial de quienes llegan a Alemania con la inquietud –para no romantizar– de buscarse una vida diferente. Ya sea porque huyen de contextos asfixiantes, de laberintos sociales, de distintos tipos de violencia o porque simplemente –como es mi caso– quieren encontrar su lugar en el mundo. Es un debate reiterado e irresuelto en el que la palabra potencial pasa desapercibida, como en este mismo párrafo, y se lee quizás como un lugar común, sin énfasis, ni desglose.

Ese potencial es uno de los elementos que la narrativa, la política, la idiosincrasia y el sistema necesitan comprender para que el ser extranjero no signifique vivir entre los pliegues de la dificultad, la precariedad o la exclusión. Si la sociedad española y alemana en Europa crea un consenso alrededor del poder creativo de los migrantes, de su enorme potencial para contribuir al enriquecimiento cultural, al desarrollo social, al crecimiento económico y al avance en todos los ámbitos donde la mirada local necesita nutrirse de experiencias y voces globales.

¿Extranjeros en la gestión pública europea? No solo se puede, sino que es necesario…

Escribo esto mientras el debate sobre la ley de regularización está latente, y pocos días después del horror en el Mediterráneo. Y lo hago con la consciencia de que hay muchas y distintas voces válidas para decir lo que este texto se ha propuesto plantear, que no es otra cosa que una invitación a pensar en soluciones sistémicas, que comprometan e inspiren a todos los actores posibles.

Es tiempo de abrir esta conversación, todavía endogámica, a todas las sociedades europeas. Igual que esperamos que España y la Unión Europea nos abra sus brazos a quienes llegamos a enterrar nuestras raíces en esta tierra y a quienes, como mis hijos, son el símbolo de ese esfuerzo español en Alemania hoy universitarios dominando tres idiomas. Un buen punto de partida es aceptar que el desplazamiento humano a través de las fronteras es una fuerza autónoma y dinámica, que responde a inquietudes infinitas. Que emigrar no es una condena, sino todo lo contrario. Como diría Massimo Livi, “una prerrogativa del ser humano”.

Un debate que omite, por ejemplo, que según la Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos, los inmigrantes son el 11% del total de los autónomos de Europa y que a pesar de las dos crisis económicas en 14 años, es una cifra que no ha dejado de crecer. O que los niveles educativos de la población inmigrante “no son solo altos, sino muy similares a los de la población autóctona de Europa”, como reveló el informe Arraigo sobre el Alambre de Caritas y el Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones de la Universidad P. Comillas. Unos datos que, según los autores, derriban “la idea estereotipada de la inmigración como una población ‘sin estudios’ procedente de países ‘subdesarrollados’, que se amolda, perfectamente, a las ocupaciones elementales del mercado de trabajo europeo”.

A pesar de lo anterior, según el mismo estudio, el ingreso medio de los extranjeros es un 38% menor que el de los trabajadores europeos autóctonos, provocando una tasa de exclusión social que es más del doble que la de estos. Asimismo, y a pesar de ese potencial difuminado, el 75% de los inmigrantes desempeña ocupaciones en servicios elementales, con una movilidad hacia mejores empleos muy reducida, tanto que “después de tres lustros de estancia media en el país” la gran mayoría permanece en las mismas ocupaciones, mi caso Inmigrante de primera generación, un simple Basurero.

¿Qué ocurre en España que no hemos logrado, todavía, leer esa oportunidad? ¿Por qué no nos planteamos orientar ese potencial a sectores no elementales? Según CEOE, hacen falta 125.000 profesionales con formación digital y otros 26.000 de ciberseguridad para cubrir la demanda del sector tecnológico español que, al menos en un porcentaje, podrían ser migrantes españoles expatriados. De los 133.988 puestos sin cubrir en el primer trimestre de este año, según el INE, 38.685 estaban situados esencialmente en el sector público. ¿Extranjeros en la gestión pública? No solo se puede, sino que es necesario, considerando que en España sumamos cinco millones y medio de seres humanos de otras latitudes. Es un tema de representación en las instituciones, donde hay que decirlo, la sensibilidad hacia la multiculturalidad es todavía un adeudo, y recuerdo a los señores políticos españoles, en Alemania, Francia, Europa, en todo el mundo, hay descendencia española que están preparados como catedráticos españoles expatriados dispuestos a gobernar un país a la deriva.

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