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Unas elecciones malas para la izquierda y una pregunta: ¿qué hace esta mala copia de Zapatero

lunes 27 de junio de 2016, 18:06h

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Las elecciones del 26-J nos deja algunas interesantes lecturas que es preciso enumerar: 1.- La primera es que el PSOE tiene un serio problema.
O mejor, tiene dos. Su absoluta falta de autocrítica en la noche del domingo resulto sin duda descorazonadora para algunos socialistas críticos. Aferrarse al fallido “sorpasso” de Podemos y ocultar la mayor: sus pésimos resultados, los peores de su historia cuando ya parecía imposible descender más bajo, acreditan lo ya sabido: el PSOE es un partido a la deriva, con un líder derrotado y pasado de hora, y con un gran lío de identidad.

El PSOE hizo una apuesta errada con Zapatero, el presidente infame y sectario que hundió la economía, recuperó la memoria del guerracivilismo y dividió a los españoles en dos bloques irreconciliables. Luego vino Rubalcaba, que no supo cauterizar las heridas ni contener la hemorragia de votos en 2011. Al menos hay que atribuirle el coraje de dimitir por los 6.973.880 votos que obtuvo su partido, los más bajos de su historia hasta ese momento. Parecía que era ya imposible caer electoralmente tan bajo. Nos equivocamos. Vino Pedro Sánchez para agigantar la caída. Su inutilidad política unida a su desmesurada ambición personal han sido proverbiales. Lograr su supervivencia política personal (apenas podía simular su satisfacción por los malos resultados socialistas en Andalucía) le importa más que el futuro de su partido y ya no digamos el de España.

Ha logrado lo que parecía impensable: que su partido no se haya impuesto en ninguna comunidad autónoma y que sólo sea la primera fuerza política, por muy escaso margen, en únicamente tres provincias españolas (Sevilla, Huelva y Jaén). Ha sido un líder dogmático, irascible y chato de ideas. De ser una persona decente tendría que haber presentado su dimisión la misma noche del domingo. Ni lo hizo ni lo va a hacer. De ahí que tengan que ser los barones los que cambien de líder con urgencia: ¿Qué hace todavía ahí Pedro Sánchez, el hombre que cosechó en diciembre el peor resultado electoral de la historia de sus siglas, y que ahora los ha empeorado, con una pérdida de cinco diputados a los obtenidos entonces? ¿Se puede ‘fardar’ de haber evitado el ‘sorpasso’ de Podemos cuando has perdido 120.606 votos respecto al 20-D y no has logrado imponerte en ninguna comunidad autónoma? Ni siquiera en la de Andalucía, donde se produjo el hecho insólito de un trasvase de votos al PP, el principal rival de los socialistas en esa región.

2.- La lectura más esperanzadora que nos deja estos comicios es que Podemos parece haber tocado techo. El crispado rictus de Errejón la noche del domingo era toda una definición de su estado de ánimo tras el revés padecido por un partido, el suyo, que se presentaba como alternativa a no sabemos qué. De entrada, no se puede apelar a la esperanza, la regeneración económica y la ilusión de la gente sensata cuando eres la franquicia ideológica de una nación en la que se cuentan por millones los hambrientos y que por carecer carece hasta de los productos sanitarios y alimenticios más elementales. Tratar de avivar el deseo del “cambio”, cuando eres el depositario de un proyecto político que ha fracasado estrepitosamente en todo el mundo, es un cuento que sólo cala en los sectores de la población que nada tienen que perder.

Por otra parte, Podemos y sus ramificaciones territoriales han estado agitando la cristianofobia de una forma irresponsable. Acaso en ese temor de centenares de miles de católicos españoles a una reedición del pasado, amparada por los hechos de estos últimos meses, encuentren hoy las razones de ese “voto del miedo” por el que tanto se preguntan. Les guste o no, el cristianismo sigue siendo el sustento moral del que se nutre una mayoría social de españoles, incluso muchos que no se consideran creyentes. Pretender modificar ese esquema no parece estar al alcance de esta izquierda perrofláutica de moqueta y platós de televisión.

Pese a concurrir a las elecciones en coalición con Izquierda Unida, Podemos ha perdido más de un millón de votos con respecto a diciembre. Ya lo advirtieron algunos dirigentes sensatos de la coalición. Cuando uno transita de la mano de un tonto superlativo como Alberto Garzón (patética su imagen de ‘partenaire’ durante la campaña) al final el tonto termina arrastrándote al fracaso. En cualquier cosa, la citada coalición electoral ha servido para que asistamos a uno de los prodigios más inverosímiles en política: que el producto de dos más dos termine siendo menos de cuatro.

3.- El fiasco Ciudadanos supone al mismo tiempo la consolidación de un estado de opinión latente y creciente en España: la tibieza, el oportunismo y la equidistancia no casan en tiempos de crisis moral. El partido de Albert Rivera ni era alternativa ni representaba otra cosa que más dosis de lo mismo. O, lo que es lo mismo, el chusco intento de que las desafecciones al sistema se queden dentro de casa. Se trata por tanto el suyo de un proyecto político amortizado electoralmente tras la severa sentencia de los votantes españoles. Que la gente se sienta defraudada no significa que esté dispuesta a dejarse engañar por el primer trilero que les ofrezca duros por pesetas.

Albert Rivera es un tibio sin apenas principios. En diciembre logró el apoyo de muchos ex votantes del PP. Pretender poner esos votos al servicio de Pedro Sánchez y convertirse en cooperador necesario del socialismo, le ha supuesto un duro castigo. Ningún análisis crítico en esa dirección ni por parte suya ni de sus mariachis. Suponer que la gente te va a seguir apoyando para que ese voto-mercenario vaya a ser entregado a la peor de las causas posibles, es mucho suponer. Ya hemos subrayado en este medio lo poco o nada que esperamos de Rivera. Su impostura ante los resultados ha sido similar a la de Pedro Sánchez. Se aferra Rivera a la ley electoral para justificar su pérdida de ocho diputados en menos de seis meses. Calla sin embargo a que esa misma ley D’Hondt le ha permitido a su partido incrementar el número de escaños que le hubiese correspondido en Barcelona atendiendo a la proporcionalidad que reclama en Castilla-La Mancha. En un intento de justificar lo injustificable, festejó junto a sus incondicionales, la noche del domingo, que Ciudadanos siga representando al 13 por ciento del electorado, si bien con unas décimas menos que en diciembre. Ocultó la mayor: Ciudadanos ha perdido 390.759 votos, más de 3.000 votos cada día. Un dato que tendría también que haberse saldado con alguna dimisión. O al menos con una asunción pública del fracaso cosechado.

4.- 669. 220 votos y 14 diputados más que el 20-D convierten al PP en el gran triunfador de la jornada electoral, nos guste o no. Pese a una legislatura marcada por la crisis, los recortes y los sonores casos de corrupción, el PP no sólo ha aumentado sus votos, sino que lo ha hecho de una forma apabullante con respecto a sus rivales. Al PP polarizó la campaña en torno suya y a la izquierda radical de Podemos y esa estrategia le ha funcionado plenamente. Tiene todos los ases en la mano para formar gobierno. Que lo haga o no en torno al interés general es ya otra cuestión distinta.

5.- Son los abstencionistas quienes más motivos tienen de atribuirse el éxito de las elecciones. 10,3 millones de españoles -el 30,16% del censo- de electores con derecho a votar prefirieron fustigar con el látigo de la indiferencia a todos los partidos intervinientes en el proceso electoral y ninguneó al mismo tiempo a esas instancias estatales en cuyo nombre unos y otros reclamaron el voto a los electores. La credibilidad de los sistemas democráticos se mide sobre todo por la aceptación social o no de la ritualización máxima del voto. La mayor crítica que puede recibir un sistema de participación electoral es que más de la mitad de los ciudadanos con derecho a votar haya decidido no ejercer ese derecho al considerar que, salga quien salga elegido, no habrán modificaciones que mejoren sus vidas. Algo para meditar muy en serio.

6.- Le podemos poner paños calientes, cerrar los ojos, pero desgraciadamente, contra la corriente social imperante en la mayoría de los países de nuestro entorno, la sociedad española sigue sin fiarse de unas formaciones patriotas incapaces de sintonizar con el electorado crítico. Los tics autoritarios, las luchas cainitas, las fobias feroces, la estética antisocial, la pulsión al frikismo de algunos de sus dirigentes… son solo algunas de las taras internas que las han hecho electoralmente irrelevantes una vez más. Y van… La falta de autocrítica tampoco contribuye a revitalizar este espacio político que transita casi siempre instalado en el victimismo. Es por tanto la hora de que las bases se pronuncien y que queden retratados aquellos que utilizan a estas formaciones para su propio medro y sustento laboral.

Sólo una lectura positiva cabría hacer de la decepción de los “patriotas”: es casi imposible caer más bajo y hacer peor las cosas. Es por tanto imperativo depurar responsabilidades, rediseñar sus estrategias, adaptarse a la España actual, transformar sus discursos, ejercer la autocrítica y, si fuera necesario, seleccionar a otros líderes. Es la hora de anteponer la unidad a las diferencias y la grandeza de miras al ombliguismo. Es hora de reconstruir el edificio del socialpatriotismo con unos pilares y una argamasa humana diametralmente distintas de las actuales. Es la hora del meritaje basado en la eficacia de las acciones y no en las baladronadas.
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